Si la salud mental ya es la gran olvidada por esta sociedad, donde existe una gran carencia de recursos que atiendan a las necesidades mentales, y donde la ayuda psicológica aún está envuelta de estigmatizaciones y desconocimiento, cuando tratamos de la salud mental en chicos que viven en la calle, o en contextos de máxima vulnerabilidad, la atención es prácticamente inexistente.
Son muchas las razones por las cuales estos jóvenes se encuentran en máximo riesgo de padecer problemas de salud mental, o de malestar emocional. En primer lugar, porque sus necesidades básicas no están cubiertas, no pueden acceder a una alimentación sana, ni el descanso necesario, ni tener la sensación de seguridad física. Tampoco tienen acceso a la vivienda, la salud, la educación, entre otras (Convención sobre los derechos de los niños: https://www.un.org/es/events/childrenday/pdf/derechos.pdf). Todos estos derechos vulnerados, tienen como consecuencia sentimientos y emociones como la angustia, rabia, desconfianza y hostilidad así como cambios bruscos de humor que pasan a formar parte de sus personalidades.
Toda inmigración, como cualquier cambio social y personal, tiene su parte de duelo. Este duelo se explica por la pérdida múltiple y masiva de vínculos, con el entorno físico, social y cultural, por el dolor y la frustración de expectativas, que se producen por el hecho de trasladarse desde un lugar con vínculos afectivos a uno de nuevo, al cual se tienen que adaptar y desarrollar nuevos vínculos (Sayed-Ahmad, 2013). Si a este duelo, que en mayor o en menor medida está siempre presente en cualquier proyecto migratorio, le sumamos el estrés causado por la preocupación por su integridad física, nos encontramos frente a un huracán emocional donde muy pocos tienen las herramientas necesarias para combatirlo.
No podemos olvidar también que son jóvenes, adolescentes, que están en una etapa de cambios vitales, de transición a la vida adulta, con todas las inseguridades y confusiones que este proceso implica y suma.
En el caso concreto de los jóvenes que viven en las calles de Melilla, hay que añadirle otras causas específicas de la ciudad que inciden directamente en su salud mental.
Por un lado Melilla es una ciudad pensada para retener a estos jóvenes aquí, y que no puedan entrar en la Península, convirtiendo la ciudad en un limbo espacio-temporal para ellos, donde esperan semanas, meses o incluso años hasta lograr continuar con su proyecto migratorio entrando en la Península. A este hecho le sumamos sus grandes expectativas sobre lo que para ellos representa Occidente: un territorio de oportunidades, de éxito, todo un imaginario compartido por éstos jóvenes, que se derrumba al enfrentarse a la realidad de la Europa fortaleza. Este cara a cara con la realidad, sin una madurez emocional, sin referentes y sin un entorno seguro y protegido, complican aún más su bienestar emocional.
Frente a esta situación tan compleja, algunos jóvenes muestran varios indicadores de problemas de salud mental. Como puede ser la somatización de problemas emocionales, derivando a malestares físicos constantes (dolores de cabeza, problemas intestinales, fatiga, etc), autoestima baja, así como autolesiones e ideas suicidas relacionadas con la depresión y ansiedad que sufren. A causa de la dificultad que muestran para gestionar toda esta complejidad, se detecta que una recurrente vía de evasión es el consumo de tóxicos, que por un lado aumenta su sensación de bienestar de forma temporal, pero que a largo plazo puede ocasionar o agravar las consecuencias antes descritas.
Desde Solidary Wheels y No Name Kitchen, creemos en la necesidad de hacer un trabajo emocional con los jóvenes, para acompañarlos en la gestión de todos estos factores antes descritos, para tal de que los posibles problemas de salud mental no se conviertan en irreversibles. Así pues, trabajamos en la prevención y en el acompañamiento a partir de varias técnicas y estrategias. Por un lado, creamos vínculos potenciadores de sus posibilidades individuales, con una base de incondicionalidad, que les aporte seguridad y una mejor autoestima, haciéndoles entender que estaremos a su lado en sus éxitos y también en sus fracasos. Nuestro acompañamiento es siempre constructivo, trabajando sus expectativas, las ocultas y las confesadas. Y finalmente las relaciones se construyen a partir de la escucha activa y empática, y haciéndoles percibir que aceptamos y respetamos sus sentimientos y emociones, dignificando su proyecto migratorio y vital.
A pesar de la violencia y desigualdad estructural a la que estos chicos están sometidos, son muchas las muestras evidentes de resiliencia, entendida como la capacidad humana de sobreponerse y salir fortalecido por las experiencias adversas, que les permiten afrontar con valentía esta carrera de obstáculos que es lograr sus objetivos. Así pues, a pesar de las trabas administrativas, la frustración y sus pocas perspectivas de mejora, la voluntad de seguir luchando por su proyecto migratorio sigue presente, dándoles las fuerzas para seguir combatiendo día a día contra este sistema que pretende robarles su dignidad.
Por Anna Peñarroya y Mariona Sementé
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