¿Qué hacías tú cuando tenías dieciocho años, todo el tiempo era tuyo y tenías la vida por delante? ¿Cuál era tu marco temporal para hacer planes? La mayoría, como mucho, de un examen a otro, de clase de inglés a entrenamiento de fútbol, o de selectividad hasta que entras a la universidad, pasando por un viaje de fin de curso (en aquella época precovid que ahora se nos hace tan lejana).
Tenías suerte de disponer libremente de ese espacio para soñar, para proyectarte en un futuro del que eras protagonista y actor.
Bilal, sin embargo, ha pasado un año y seis meses esperando. Sí, esperando y nada más. Esperando a que el centro en que estaba tutelado le solicitara una autorización de residencia. Esperando a que se le tramitara una documentación que llegó tarde y caducada, una vez ya había cumplido la mayoría de edad. Esperando una rectificación de su documentación caducada por parte de extranjería, esperando para un padrón, esperando para poner huellas de su residencia, esperando para recoger una TIE que parecía no llegar.
Y, finalmente, esperando en la cola de un barco con destino a Málaga.
Un viaje de espera, que comienza antes de embarcar, y pasa por las manos de un agente de policía en un control documental. Esta persona no es consciente de la cantidad de tiempo que ha esperado Bilal hasta ponerse delante de él, y esperar de nuevo, cinco minutos que se hacen eternos, y al final de los cuales, le dice: “No puedes pasar”. Bilal pregunta por qué, si tiene, por fin, toda la documentación en vigor. El motivo es que la cita médica que justifica su viaje a Málaga no le parece lo suficientemente creíble a este agente, a pesar de que ninguna de las 200 personas con DNI español que esperaban en la misma cola no pasaron ese filtro tan escrupuloso.
Finalmente, Bilal pudo viajar, pero no ha sido fácil. No sólo las dos horas de espera para que la Policía revisase toda su documentación exhaustivamente. Toda la espera ha sido un tiempo muy difícil para un joven de dieciocho años que quiere empezar a vivir fuera de la cárcel que es para él Melilla.
Seguro que Bilal nunca verá el viajar con los mismos ojos con los que cualquier persona de su edad puede hacerlo. Será algo en su mochila que ocupará un espacio para siempre.
Pero en Melilla, a veces, también hay motivos para celebrar, y para pensar que esa espera, aunque injusta, ha servido para algo. Y ha venido acompañada de mucho trabajo y esfuerzo dedicado a asegurar el respeto de los derechos que tiene cualquier persona por el simple hecho de haber estado tutelada en España.
Esta es una batalla ganada, pero quedan muchas otras aún, en stand by. Muchas personas que siguen esperando su turno en esa cola. Su turno para conseguir ese billete con destino a un futuro que se merecen crear.
Hoy estamos felices por Bilal, y renovadas de fuerza y optimismo para que sean muchos más quienes puedan, por fin, dejar de esperar.
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